El otro día contemplaba a través de mi ventana la hermosa combinación de colores que pintaba el cuadro que la naturaleza me estaba regalando. Mientras tanto, pensaba que quien no se permite ver la verdadera belleza de las cosas no ha aprendido a amar. Y cuando digo ver, me refiero a la posibilidad de apreciar mucho más allá de donde miran nuestros ojos.
Conecté hermosamente con ese momento y agradecí porque a través de ese mismo espacio rectangular donde se coloca esa ventana, cada día se pintan sobre un mismo lienzo formas distintas. En ocasiones el fondo es azúl con nubes muy blancas y de toda clase de tamaño y formas. Otras veces el fondo es gris con uno que otro rayo de luz colándose con la fuerza que solo destella el sol. Lo importante es que cada día hay un cuadro distinto que en constante circulación me recuerda que la vida es movimiento. Que por eso debo ubicarme en el ahora, porque solo en el ahora puedo apreciar un instante que ha sido creado para existir una sola vez, un solo momento.
Te invito a contemplar por tu ventana los colores que retratan el regalo que nos trae un amanecer, una tarde o quizás una noche estrellada. Reconocer la grandeza que habita en la cotidianidad que nos rodea y que muchas veces por tener cerradas las ventanas que miran desde nuestro interior hacia lo que hay afuera, quedamos ausentes de tan genial espectáculo. No olvidemos que hay momentos destinados a pasar frente a nosotros una sola vez en la vida. Así que la próxima vez que la naturaleza te pinte un cuadro a través del ventanal, retrátalo en tu conciencia y recíbelo en tu corazón con el mismo asombro e intesidad que aquel niño que alguna vez recibió el mejor regalo.
Pensándome,
José Rivas
Mi sombra y yo 