Acabamos de celebrar el día del amor y la amistad. En muchos comercios comenzaron a colgar corazones y cupidos antes de desmontar pesebres y a través de las redes sociales los anuncios de chocolates y lencería han estado más activos que los bitcoins. Con una introducción de mes y medio y el desborde desmedido de propaganda, no es difícilil ilusionarse al pensar por momentos que por fin todos entendimos el verdadero significado del amor.
Sin embargo, ¿qué es el amor? Para Mario Benedetti el amor es que alguien te haga sentir cosas sin ponerte un dedo encima. Para Sócrates, el amor es lo que nos motiva, lo que nos mueve y por lo que vale la pena vivir. Para Nietzsche, un desprendimiento del pensamiento egoísta. Y según San Pablo, el amor es paciente, es servicial; no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.
Pienso que el amor no solamente es todo lo que muchos dijeron antes de mi, sino que es también aquello que voy haciendo de él cada vez que decido amar. El amor no es un estado físico al que se llega ni un estado mental en donde se habita. El amor es la consecuencia de un proceso cargado de encuentros con uno mismo. Encuentros que te permiten aprender a estar contigo lo suficiente como para querer compartirte con alguien más. Y para que eso ocurra hay que vencer el temor de atreverse a apalabrar un te amo bien conjugado en los oídos de quien haya sido capaz de entender lo que es el amor, mejor que tú.
Pensándome,
José Rivas
Mi sombra y yo 