
Siempre he dicho que una cosa es lo que sucede delante de ti y otra muy distinta es el cómo permites que esas cosas ocurran en ti. La capacidad para controlar nuestras reacciones ante diferentes estímulos dicta de la inteligencia emocional que uno haya desarrollado. Hoy día, detrás de un teclado y a través de las redes sociales, no son pocos quienes se sienten con el poder de expresar cualquier bobería con la intención probablemente de justificarse así mismos o a quienes le pretenden limpiar una maltrecha y dudosa imagen.
Pero, para explicar y provocar en ustedes el que se piensen, compartiré una historia que escuché una vez sobre un gran sabio que se dedicaba a enseñar valores a jóvenes y hasta era considerado un padre para algunos de ellos que lamentablemente habían sido abondonados por los suyos. Aunque era un hombre tranquilo, corría la leyenda de que era capaz de vencer a cualquier adversario. Además, lo que más agradaba hacer era estar para los demás, aunque como pasa en vida real, algunos no eran capaces de agradecerlo. Un día, un muchacho ignorante conocido por su falta de escrúpulos pasó por la casa del sabio. Era famoso por provocar a sus adversarios y cuando estos perdían la paciencia o cometían un error, contraatacaba. El joven conocía la reputación del sabio, por lo que quería derrotarlo y aumentar aún más sus seguidores. Los discípulos del maestro se opusieron pero el aceptó el desafío.Todos se encaminaron a la plaza de la ciudad, donde el joven empezó a provocar al buen hombre. Le insultó y escupió en la cara. Durante varias horas hizo todo lo posible para que el perdiera la compostura, pero el sabio permaneció impasible. Al final de la tarde, ya exhausto y humillado, el joven caprichoso se retiró.
Decepcionados por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones sin responder, sus discípulos le preguntaron:
– ¿Cómo ha podido soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su coraje, aunque pudiera perder en vez de mostrarse como un cobarde ante todos nosotros?
El hombre sabio les contestó:
– Si alguien se acerca a ti con un regalo y no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el regalo?
– A quien intentó entregarlo, por supuesto – respondió uno de los discípulos.
– Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos – explicó el maestro – Cuando no los aceptas, siguen perteneciendo a quien los llevaba consigo…
Pensándome,
José Rivas