Dicen que los amigos son los hermanos que se eligen, pero los hermanos son amigos que se quieren. Y cuánta verdad hay en eso. En mi caso tengo dos hermanas menores que yo y significan mucho en mi vida. Con ellas aprendí desde temprano que después del calor de la madre, el calor que más enternece es el de un hermano.
Las anécdotas y las memorias que junto a ellas he construido son vitaminas que dan alimento a mi alma. Es que entre hermanos la complicidad es mucha. Una mirada, un gesto o incluso un largo silencio es capaz de salvar cualquier momento, hasta el más incómodo. Y aunque puedan existir situaciones en que la hermandad pueda torcerse, o que no estemos de acuerdo con algo, lo cierto es que ese sentimiento de amor incondicional que se formó, ha sido capaz de prevalecer y trascender más allá de los juegos interminables que teníamos cuando éramos niños. De hecho, puede que para el mundo exterior crezcamos y cambiemos con el paso de los años. Sin embargo, entre hermanos, sabemos que nuestro interior y nuestro corazón permanece invariable a pesar del tiempo.
Hoy, he querido honrarlas compartiendo este escrito pues el reloj sigue marcando y las canas que se asoman me recuerdan que hay cosas que deben hacerse cuando se sienten. Vernos crecer, ver nuestros cambios físicos, de pensamientos, de gustos, de personalidad, pero a su vez ver que el bello recuerdo de nuestra infancia compartida permanece intacto, significa todo. ¡Les agradezco mucho!
Ojalá que quienes lean estas letras aprovechen el momento para hacer esa llamada, enviar ese mensaje de texto o simplemente suspirar por los recuerdos que inevitablemente nos dibujan una sonrisa cada vez que pensamos en nuestros hermanos. Quizás un día de estos, en mis memorias, les comparta alguna anécdota de esos que en cada reunión familiar nos arranca carcajadas. Mayi y Normi, las amo.
Pensándome,
José Rivas
Mi sombra y yo 